El clóset de una cliópata
martes, 23 de abril de 2019
Crónica de una ineptitud que mata. El caso de Rubí Escobedo
domingo, 10 de febrero de 2019
Teoría de la gordura
Esa mujer era tan gorda que hacía tiempo había dejado de llamarse a sí misma mujer. Su cuerpo era realmente grotesco, tan grotesco que llamaba la atención de curadores de arte. La filosofía le tenía reservado un lugar en sus reflexiones de fealdad y la ciencia esperaba con ansía el momento de poderla estudiar. Era fea, no había duda, tan fea que sólo las enfermedades la seguían sin recato. Algún teórico afirmaba con certeza que entre tanta masa alguna vez había existido una humana. Los marxistas la veían como un claro ejemplo de la explotación de los hombres por la gula y en la microhistoria simplemente no cabía. ¡Carajo! Soy realmente gorda. Se decía mientras se miraba al espejo y se tocaba sin pudor sus grandes lonjas, sus enormes cachetes. ¡Carajo! ¿Qué soy? Se preguntaba mientras, ahogada en libros, concluía sin éxito su búsqueda en la historia. ¡Tanta era su gordura que se volvió el único centro de discusiones del círculo anoréxico regional! (¡Círculo anoréxico!) ¡Cuánto comerá! Se preguntaban las flacuchas arrogantes con desprecio que escondía envidia y frustración. ¿Dónde comprará su ropa? ¿Será virgen? ¡Claro que sí!, refunfuñaba alguna, ¿quién querrá siquiera tocarla! ¡Qué asco! La gorda las miraba, con sus rostros pálidos y sus huesos casi expuestos, alimentándose de odio que vomitaban en comentarios ofensivos. Las miraba y decía: si la ciencia fuera ciencia, Dios una divinidad y el comunismo científico una realidad, yo podría, por qué no, repartir mi grasa entre esas 10 y así volverme flaca, mi gordura no sería gordura si mis grasas fueran compartidas. Todas tendríamos mejillas rosadas y vestiríamos igual. Ya no sería el centro de duda, sólo sería igual que ellas. Ellas serían iguales a mí. Las remiró entonces y sintió náuseas por lo que acababa de concluir. Entonces, se imaginó tan gorda y tan distinta que sintió un dejo de placer y de orgullo. Por primera vez, la gorda se miraba bien.
El Tocadiscos
El primer día, de la cuarta semana, a las 3 de la mañana, no pudo más y decidió actuar. Desde su balcón miró la ciudad, sumida entre tanta obscuridad, tiró el cigarrillo que lo acompañaba, entró en su habitación, arrancó de la pared su viejo rifle Winchester 1894, lo atascó de balas y salió de la habitación. Su nivel de locura habían dejado atrás la desesperación. Así, en lugar de un vulgar arribo, decidió comenzar la venganza con elegancia. Llegó a la puerta de la susodicha, tocó amablemente, una, dos, tres veces. Nada. Volvió a tocar una cuarta, quinta y... de golpe, lentamente, la puerta se abrió.
Dentro, la soledad reinaba; en el pequeño recibidor, en un mueble viejo, el tocadiscos infernal giraba sin piedad. La ira que embargó al maniático acabó con cualquier elegancia previamente planeada. Apuntó su rifle al objetivo y disparó sin piedad. El tocadiscos había desaparecido y ¡por fin el silencio había vuelto!, pero la paz, esa que le fue robada hace más de tres semanas, no llegaría hasta que la causante pagará con su vida. Bruscamente, entró al dormitorio y miró las figuras finas de una dama dormitar bajo las sábanas de la cama. Tras la intromisión, ésta ni se inmutó. Había tanta calma en ese espacio, tanta vulnerabilidad, que el asesino pensó que, en ese momento, no habría nada más poético y erótico que destrozar ese cuerpo al calor de balas bañadas de odio. Sin más, descargó el resto del arma en la víctima soñadora. Entre carcajadas psicóticas, miró como la silueta femenina iba perdiendo forma y se convertía en trozos de ser, deformes y sangrientos. Cuando el arma quedó vacía, el silencio de la muerte de nuevo reinó. El asesino, después de media hora admirando su obra, se dispuso a regresar a su habitación. Era hora de dormir de nuevo, entre soledad y silencio.
Mucho menos eufórico, se dispuso a salir cuando, en el baño de la recámara escuchó un ruido extraño. Se acercó a él y pudo notar cómo alguien se movía dentro. Las sombras que se asomaban del pequeño espacio libre entre la puerta y el piso no mostraban más. Preso de la duda, tocó la cerradura y abrió la habitación. En la bañera, tras la cortina, se podía ver el contorno de una mujer desnuda: esas tetas, las pronunciadas caderas, un pelo largo, estatura mediana. Al observar esa figura, un sentimiento de familiaridad lo embargó. Dejó el rifle recostado en la pared de la pequeña habitación e instintivamente la cortina corrió. Vio a la mujer frente a él, mostrándole su desnudez e invitándolo a tocar su cuerpo. El deseo lo consumió; la venganza, el asesinado, todo se borró de su mente. Tomó bruscamente a la sensual dama, poseyó sus formas con la desesperación del sediento en medio del desierto que encuentra agua para calamar sus ansias. La cargó y la llevó a la recámara, la recostó en la cama, miró como ésta se contoneaba de placer y suplicaba que él la trepara. El asesino, con desesperación, bajó su cierre, descubrió su miembro erecto, colocó a la dama de espaldas y la montó sin mayor sutileza. Entre gemidos de placer y movimientos salvajes, descargó su pasión en ella. La tremenda eyaculación le obligó a cerrar los ojos y perderse en el inconmensurable placer. Al abrirlos de nuevo, aún dentro de la dama, con las manos prendadas en sus caderas, escuchando todavía gemiditos de satisfacción, miró la pared; las luces que efímeramente entraban de la calle le mostraron una leyenda que le consumió de terror: "tranquilo, esto te va a gustar". De pronto, la canción que lo torturó durante semanas volvió a sonar, incluso más fuerte que antes. Las caderas que apretaba se volvieron viscosas y un olor putrefacto dañó su sentido del olfato.
Entonces, una avalancha de recuerdos lo invadió. Se miró a sí mismo entrando sin permiso a ese departamento ajeno; se recordó prendiendo el tocadiscos para evitar que lo que fuera a hacer se descubriera en el exterior; se miró sacando a la mujer del baño y poseyendo su cuerpo mojado; recordó que, lejos del placer, la fémina se resistía sin cesar. Escuchó sus propias palabras prometer amor y fidelidad. "Tranquila, esto te va a gustar", decía repetitivamente, mientras apretaba el cuello de la dama, la desgarraba sin piedad y observaba con satisfacción el llanto y dolor incontenibles de aquella mujer.
Preso del pánico, el asesino miró hacia abajo. No había caderas hermosas ni senos prominentes, con asco observó que había poseído restos de carne y huesos putrefactos. Se los quitó de encima como pudo, con desesperación, con rudeza. Entre pánico y locura, giró bruscamente y, allí parada, frente a él, estaba la muerta carcomida por gusanos. Endemoniada le sonrió, se hincó ante él y su pene mordió. Después se reincorporó, tomó del cuello sin piedad al varón petrificado y lo dirigió hacia una navaja de acero con funciones de perchero clavada en la pared. Le dijo: "ahora sí, siempre me serás fiel". Con una fuerza inusitada para un cuerpo femenino pútrido, levantó al asesino y, sin mayor complicación, de la nuca lo clavó. De esa forma, su insana vida acabó.
Una semana después, las autoridades descubrieron dos cadáveres. Una mujer en el baño, tenía poco más de un mes de muerta. Los peritos determinaron que fue brutalmente violada y asfixiada. En la recámara, colgado de la pared, estaba el cadáver de un varón, con una semana de muerto; tenía el pantalón abajo y el miembro amputado. Hasta la fecha, nadie sabe cómo llegó allí. Lo más raro del asunto, es que en la autopsia, en la tráquea de la mujer, se encontró el pene roído del muerto. En el recibidor de dicha habitación un tocadiscos yacía destrozado por las balas de un Winchester que fue hallado en el baño; en la recámara, la cama también estaba bañada en balas. El desconcertante caso se cerró con esta vana explicación: necrofílico sadomasoquista se amputa miembro viril y lo introduce en la tráquea de su víctima, a quien asesinó un mes antes. Sin respuesta alguna para la forma en la que encontraron al varón colgado, el caso quedó prácticamente en el olvido, aunque, los vecinos cuentan que, de vez en cuando, por temporadas, a las 3 de la mañana, escuchan una misma canción.
Un embrujo para el príncipe
Amor a distancia
viernes, 10 de abril de 2015
Venga usted a mí
Crónica de una ineptitud que mata. El caso de Rubí Escobedo
El 16 de diciembre de 2010, Marisela Escobedo fue asesinada en la Plaza Hidalgo, frente al Palacio de Gobierno de Chihuahua, mien...
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Extraño caso el que voy a platicar. Iba un príncipe, de sangre azulada, tipo con nobleza ordinaria y deseos predecibles, ¡qué más da! ...