martes, 23 de abril de 2019

Crónica de una ineptitud que mata. El caso de Rubí Escobedo


El 16 de diciembre de 2010, Marisela Escobedo fue asesinada en la Plaza Hidalgo, frente al Palacio de Gobierno de Chihuahua, mientras protestaba contra la liberación del asesino de su hija Rubí, Sergio Rafael Barraza Bocanegra. Según informes policiales compartidos a la prensa, Sergio pertenecía a la organización delictiva Los Zetas y La Línea. Estos grupos armados fueron los que ordenaron a José Enrique Jímenez Zavala asesinar a Marisela, mientras que Barraza murió en un choque contra el ejército, en noviembre de 2017, en Zacatecas. Este caso se suma a una serie de acontecimientos que se han convertido en parte del paisaje violento de este país. Es, sin duda, el reflejo de todo lo que está mal en estas tierras sin ley: un asesino confiesa su crimen, explica sus razones, lleva a los policías a la escena del crimen, les da santo y seña del lugar en el que abandonó el cadáver y, sin embargo, tras juicio oral es absuelvo y puesto en libertad. Veamos a detalle, dónde estuvo la falla. 
En 2010, tres jueces absolvieron, en juicio oral, bajo “duda razonable”, a la pareja sentimental de Rubí Escobedo, Sergio Rafael Barraza. Dicho individuo se declaró culpable de asesinato y, al momento de su detención, condujo a los policías a la escena en la que aseveró haber encontrado a Rubí manteniendo relaciones sexuales con otro individuo. Por tal situación, mató a golpes a Rubí y a su amante y después la calcinó y tiró cerca de un panteón. En dicho lugar, 39 restos óseos del cuerpo de Rubí fueron localizados meses después (Licona, 2013).
Del peritaje se demostró que Rubí fue quemada, por lo cual fue imposible determinar la causa de muerte. Los policías que levantaron el peritaje eran municipales y su trabajo en el levantamiento de evidencias fue deficiente. La defensa argumentó que, de acuerdo a derecho, la policía no debió recibir declaración al imputado, pues tenía que notificar al ministerio público para tomar la declaración correspondiente (Licona, 2013). Esto, debido a que una de las pruebas usadas por el Ministerio Público fue la confesión que Sergio Barraza le dio a los policías municipales cuando se realizaba la búsqueda de Rubí. En ese momento, Sergio no estaba detenido.
Sergio, declaró ante los policías municipales y agentes del Ministerio Público que golpeó a Rubí hasta matarla. Es decir, la única fuente que se tenía en contra de Sergio eran sus propios dichos. Los jueces determinaron que la declaración no tenía valor y, además, se contradecía con la declaración de un familiar de Sergio que aseguraba que éste le dijo que había matado a Rubí a balazos. Es decir, había dos versiones de muerte emitidas por el mismo acusado. Por ello no se puede tomar una u otra como verdadera. Además, en su declaración, Marisela Escobedo, madre de Rubí, aseguró que Sergio era un mentiroso y que seguramente negaría el hecho para librarse de la justicia. Por dichas razones, Sergio fue absuelto de homicidio agravado y puesto en libertad (Licona, 2013).
Los jueces, en declaraciones posteriores, dijeron que las declaraciones previas de Sergio no tenían valor porque no fueron rendidas ante las autoridades correctas. Las declaraciones no valen si no fueron rendidos ante juez o ministerio público y con presencia del defensor. De esta manera, no tuvieron los elementos suficientes para sentencia condenatoria (Mearker, 2011).
El principio de legalidad del Código Penal de Chihuahua (2008) dice tácitamente:

A nadie se le impondrá pena o medida de seguridad, sino por la realización de una acción u omisión expresamente prevista como delito en una ley vigente al tiempo de su realización, siempre y cuando concurran los presupuestos que para cada una de ellas señale la ley y la pena o la medida de seguridad se encuentren igualmente establecidas en ésta.

De acuerdo a dicho código, ninguno de los excluyentes de responsabilidad aplica en tal caso. Más bien se trata de un trabajo deficiente del Ministerio Público que no puede acreditar la culpabilidad del acusado. El tema no sólo es polémico, además indignante, pero los juzgadores tienen un punto: la declaración no es válida, pues ninguna de las partes se preocupó por recabarla de acuerdo con derecho. En este caso no hay ausencia de responsabilidad sino falta de elementos para declarar la culpabilidad de Sergio. Desde el punto de vista de los jueces y tomando en cuenta el principio de legalidad no concurrieron los presupuestos para considerarlo culpable de homicidio.
           El juicio oral cumplió con todos los principios requeridos: oralidad, publicidad, concentración, inmediación y contrariedad. En este último punto, cabe aclarar que, aunque Sergio había asegurado previamente ser el asesino de Rubí, se negó a declarar en el juicio oral. Lo único que hizo, previo al dictado de sentencia, fue pedirle perdón a Maricela Escobedo por el daño causado. Por ello, el principio de contrariedad se efectuó entre Maricela y el abogado defensor quien, en todo momento, peleó por invalidar los dichos de los policías y el M.P.
            Justamente, uno de los puntos sobresalientes del sistema acusatorio es la exclusión de pruebas obtenidas ilícitamente y la presunción de inocencia. De esta forma, podemos asegurar que quien falló en este caso para dejar libre a Sergio fue el Ministerio Público. No olvidemos que uno de los grandes aportes del nuevo sistema es una policía de investigación que trabaje en coordinación con el Ministerio Público; habrá que cuestionarnos entonces dónde estaba dicha policía de la que tanto se alardea en este nuevo sistema.
         Está claro que los policías municipales no tienen la preparación para efectuar investigaciones adecuadas y, sin embargo, fueron ellos quienes llevaron las primeras diligencias. Es más, se asesoraron del propio acusado para buscar a Rubí, sin que éste fuera previamente asegurado como posible asesino. Por su lado, el Ministerio Público ni siquiera recabó los dichos de Sergio como declaraciones formales a pesar de que tienen la atribución para hacerlo. Sergio dijo frente a dos agentes del ministerio público que él había matado a Rubí y les dio la dirección en la que dejó su cuerpo. Aun así, dichos agentes no actuaron conforme a derecho.
      No cabe duda que el nuevo sistema se ha encontrado con un sinfín de prácticas corruptas e ineficientes que provocan una ineficiente e injusta impartición de justicia. En el caso de Rubí no sólo no se hizo justicia, también se expuso a Maricela Escobedo a la muerte. No cabe duda que el Ministerio Público necesita una transformación urgente y, sobre todo, necesita contar con la policía de investigación que tanto se ha presumido. En este caso no existió esa policía y ello facilitó el fallo absolutorio.



Fuentes

Licona, Renee. (2013). Audiencia completa de debate de juicio oral caso Rubí Chihuahua 12/12. Recuperado de https://www.youtube.com/watch?v=DpiJ6kIX8xw.
Licona, Renee. (2013). Audicencia completa de debate de juicio oral Lectura de fallo Caso Rubí Chihuahua 2/2. Recuperado de https://www.youtube.com/watch?v=W3ac2fVo9zo&t=6s.
Mearker, Denise. (2011). Entrevista caso Ruby Frayre. Recuperado de https://www.youtube.com/watch?v=hzEO0JRxFKM&t=49s.
Ruegas, J. E. (2012). Participación policial en el sistema acusatorio adversarial. Centro de Asesoría y formación en el Sistema Adversarial. Recuperado de http://www.jeiruegas.com/docs/Introductorio%20NSJP%20Polic%C3%ADa.pdf
UNADM. (s/f). Unidad 2. El delito y sus elementos negativos. Teoría del Delito. Recuperado de https://unadmexico.blackboard.com/bbcswebdav/institution/DCSA/BLOQUE1/SP/03/STED/U2/descargables/contenido.pdf

domingo, 10 de febrero de 2019

Teoría de la gordura

Esa mujer era tan gorda que hacía tiempo había dejado de llamarse a sí misma mujer. Su cuerpo era realmente grotesco, tan grotesco que llamaba la atención de curadores de arte. La filosofía le tenía reservado un lugar en sus reflexiones de fealdad y la ciencia esperaba con ansía el momento de poderla estudiar. Era fea, no había duda, tan fea que sólo las enfermedades la seguían sin recato. Algún teórico afirmaba con certeza que entre tanta masa alguna vez había existido una humana. Los marxistas la veían como un claro ejemplo de la explotación de los hombres por la gula y en la microhistoria simplemente no cabía. ¡Carajo! Soy realmente gorda. Se decía mientras se miraba al espejo y se tocaba sin pudor sus grandes lonjas, sus enormes cachetes. ¡Carajo! ¿Qué soy? Se preguntaba mientras, ahogada en libros, concluía sin éxito su búsqueda en la historia. ¡Tanta era su gordura que se volvió el único centro de discusiones del círculo anoréxico regional! (¡Círculo anoréxico!) ¡Cuánto comerá! Se preguntaban  las flacuchas arrogantes con desprecio que escondía envidia y frustración. ¿Dónde comprará su ropa? ¿Será virgen? ¡Claro que sí!, refunfuñaba alguna, ¿quién querrá siquiera tocarla! ¡Qué asco! La gorda las miraba, con sus rostros pálidos y sus huesos casi expuestos, alimentándose de odio que vomitaban en comentarios ofensivos. Las miraba y decía: si la ciencia fuera ciencia, Dios una divinidad y el comunismo científico una realidad, yo podría, por qué no, repartir mi grasa entre esas 10 y así volverme flaca, mi gordura no sería gordura si mis grasas fueran compartidas. Todas tendríamos mejillas rosadas y vestiríamos igual. Ya no sería el centro de duda, sólo sería igual que ellas. Ellas serían iguales a mí. Las remiró entonces y sintió náuseas por lo que acababa de concluir. Entonces, se imaginó tan gorda y tan distinta que sintió un dejo de placer y de orgullo. Por primera vez, la gorda se miraba bien.

El Tocadiscos


Todas las mañanas, desde tres semanas atrás, trabajaba en su plan de venganza. Afinaba cada detalle, proyectaba el impacto de su arma, el tiempo de muerte y el grado de dolor que en ese cuarto se viviría. Imaginaba ese pequeño espacio decorado de la sangre de su víctima. Su sonrisa macabra evidenciaba el disfrute de la escena imaginada. No hacía más que repasar una y otra vez estos pensamientos. Llevaba ya casi un mes desde que la pesadilla comenzó. La misma canción, una y otra vez, de día y de noche, sin descanso, se reproducía en la habitación contigua. En los primeros días, él había intentado todo lo decente posible: llamó a la puerta, tocó la pared, habló con el portero; hasta trató, por la desesperación, privar de electricidad al edificio entero. Nada le sirvió, las semanas pasaban, el ruido no cesaba y parecía ser el único al que molestaba.

El primer día, de la cuarta semana, a las 3 de la mañana, no pudo más y decidió actuar. Desde su balcón miró la ciudad, sumida entre tanta obscuridad, tiró el cigarrillo que lo acompañaba, entró en su habitación, arrancó de la pared su viejo rifle Winchester 1894, lo atascó de balas y salió de la habitación. Su nivel de locura habían dejado atrás la desesperación. Así, en lugar de un vulgar arribo, decidió comenzar la venganza con elegancia. Llegó a la puerta de la susodicha, tocó amablemente, una, dos, tres veces. Nada. Volvió a tocar una cuarta, quinta y... de golpe, lentamente, la puerta se abrió.

Dentro, la soledad reinaba; en el pequeño recibidor, en un mueble viejo, el tocadiscos infernal giraba sin piedad. La ira que embargó al maniático acabó con cualquier elegancia previamente planeada. Apuntó su rifle al objetivo y disparó sin piedad. El tocadiscos había desaparecido y ¡por fin el silencio había vuelto!, pero la paz, esa que le fue robada hace más de tres semanas, no llegaría hasta que la causante pagará con su vida. Bruscamente, entró al dormitorio y miró las figuras finas de una dama dormitar bajo las sábanas de la cama. Tras la intromisión, ésta ni se inmutó. Había tanta calma en ese espacio, tanta vulnerabilidad, que el asesino pensó que, en ese momento, no habría nada más poético y erótico que destrozar ese cuerpo al calor de balas bañadas de odio. Sin más, descargó el resto del arma en la víctima soñadora. Entre carcajadas psicóticas, miró como la silueta femenina iba perdiendo forma y se convertía en trozos de ser, deformes y sangrientos. Cuando el arma quedó vacía, el silencio de la muerte de nuevo reinó. El asesino, después de media hora admirando su obra, se dispuso a regresar a su habitación. Era hora de dormir de nuevo, entre soledad y silencio.

Mucho menos eufórico, se dispuso a salir cuando, en el baño de la recámara escuchó un ruido extraño. Se acercó a él y pudo notar cómo alguien se movía dentro. Las sombras que se asomaban del pequeño espacio libre entre la puerta y el piso no mostraban más. Preso de la duda, tocó la cerradura y abrió la habitación. En la bañera, tras la cortina, se podía ver el contorno de una mujer desnuda: esas tetas, las pronunciadas caderas, un pelo largo, estatura mediana. Al observar esa figura, un sentimiento de familiaridad lo embargó. Dejó el rifle recostado en la pared de la pequeña habitación e instintivamente la cortina corrió. Vio a la mujer frente a él, mostrándole su desnudez e invitándolo a tocar su cuerpo. El deseo lo consumió; la venganza, el asesinado, todo se borró de su mente. Tomó bruscamente a la sensual dama, poseyó sus formas con la desesperación del sediento en medio del desierto que encuentra agua para calamar sus ansias. La cargó y la llevó a la recámara, la recostó en la cama, miró como ésta se contoneaba de placer y suplicaba que él la trepara. El asesino, con desesperación, bajó su cierre, descubrió su miembro erecto, colocó a la dama de espaldas y la montó sin mayor sutileza. Entre gemidos de placer y movimientos salvajes, descargó su pasión en ella. La tremenda eyaculación le obligó a cerrar los ojos y perderse en el inconmensurable placer. Al abrirlos de nuevo, aún dentro de la dama, con las manos prendadas en sus caderas, escuchando todavía gemiditos de satisfacción, miró la pared; las luces que efímeramente entraban de la calle le mostraron una leyenda que le consumió de terror: "tranquilo, esto te va a gustar". De pronto, la canción que lo torturó durante semanas volvió a sonar, incluso más fuerte que antes. Las caderas que apretaba se volvieron viscosas y un olor putrefacto dañó su sentido del olfato.

Entonces, una avalancha de recuerdos lo invadió. Se miró a sí mismo entrando sin permiso a ese departamento ajeno; se recordó prendiendo el tocadiscos para evitar que lo que fuera a hacer se descubriera en el exterior; se miró sacando a la mujer del baño y poseyendo su cuerpo mojado; recordó que, lejos del placer, la fémina se resistía sin cesar. Escuchó sus propias palabras prometer amor y fidelidad. "Tranquila, esto te va a gustar", decía repetitivamente, mientras apretaba el cuello de la dama, la desgarraba sin piedad y observaba con satisfacción el llanto y dolor incontenibles de aquella mujer.

Preso del pánico, el asesino miró hacia abajo. No había caderas hermosas ni senos prominentes, con asco observó que había poseído restos de carne y huesos putrefactos. Se los quitó de encima como pudo, con desesperación, con rudeza. Entre pánico y locura, giró bruscamente y, allí parada, frente a él, estaba la muerta carcomida por gusanos. Endemoniada le sonrió, se hincó ante él y su pene mordió. Después se reincorporó, tomó del cuello sin piedad al varón petrificado y lo dirigió hacia una navaja de acero con funciones de perchero clavada en la pared. Le dijo: "ahora sí, siempre me serás fiel". Con una fuerza inusitada para un cuerpo femenino pútrido, levantó al asesino y, sin mayor complicación, de la nuca lo clavó. De esa forma, su insana vida acabó.

Una semana después, las autoridades descubrieron dos cadáveres. Una mujer en el baño, tenía poco más de un mes de muerta. Los peritos determinaron que fue brutalmente violada y asfixiada. En la recámara, colgado de la pared, estaba el cadáver de un varón, con una semana de muerto; tenía el pantalón abajo y el miembro amputado. Hasta la fecha, nadie sabe cómo llegó allí. Lo más raro del asunto, es que en la autopsia, en la tráquea de la mujer, se encontró el pene roído del muerto. En el recibidor de dicha habitación un tocadiscos yacía destrozado por las balas de un Winchester que fue hallado en el baño; en la recámara, la cama también estaba bañada en balas. El desconcertante caso se cerró con esta vana explicación: necrofílico sadomasoquista se amputa miembro viril y lo introduce en la tráquea de su víctima, a quien asesinó un mes antes. Sin respuesta alguna para la forma en la que encontraron al varón colgado, el caso quedó prácticamente en el olvido, aunque, los vecinos cuentan que, de vez en cuando, por temporadas, a las 3 de la mañana, escuchan una misma canción.

Un embrujo para el príncipe




Extraño caso el que voy a platicar. Iba un príncipe, de sangre azulada, tipo con nobleza ordinaria y deseos predecibles, ¡qué más da! Caminaba y caminaba sin parar, esperando a la dulce doncella topar. Encontrola por fin, en un paraje, presa en una torre y vigilada por un enorme dragón: Fresca, cándida y jovial, la doncella lo miró y una sonrisa estudiada de bella dama le regaló. ¡Qué emoción! Pensó el príncipe. ¡Cumple a la perfección!... Presto a salvarla estaba cuando cínica carcajada a lo lejos oyó. Indignado se viró para ver quién lo ofendió. ¡Tremendo escalofrío sintió! Era una bruja burlona, que poco toleró  la conmovedora escena y a carcajadas, en el suelo, se retorció. El príncipe, enojado, empuñó su sable y en posición de ataque avanzó. La bruja, que no era tonta, se levantó. Predecible, el noble caballero el ataque emprendió. ¿Quién lo diría? Bastó con una mirada de la bruja malvada, para que todo en él revolucionara. El príncipe huyó desarmado y la bella doncella sola y presa quedó.

Ya en el castillo, la corte imperial se reunió. El príncipe tenía que saber qué hechizo le había proferido la bruja malvada. Manual tras manual volaban: "Diabólicas torturas", "Almanaque de maléficos hechizos de toda la historia", "Alquimia para profesionales". ¡Ah! ¡Los meses pasaban y nada! Ninguna respuesta. El príncipe enfermó y en cama cayó. De la doncella ni rastro en su recuerdo quedó, pero la bruja cada noche apareció. No era real, pero no la podía evitar. Sueño tras sueño de él se apoderó. Una noche lluviosa, con aire alarmante, pero brisa refrescante, ella llegó. Se sentó en su regazo y con ternura lo acarició. Después de un beso cálido, él entendió: no se trataba de un embrujo macabro, sólo era amor.

Amor a distancia




Fuera de casa, frente a la ventana de mi cuarto, me gustaba mirarlo. Veía cómo curioseaba entre mis cosas, hojeaba mis libros, olfateaba mi ropa, acariciaba mi cama y miraba hacia la puerta, esperando mi llegada. Triste y exhausta, entraba a mi habitación sabiendo que allí no encontraría nada. ¡Ojalá viviéramos en la misma dimensión!

Polvo Coza. Pequeños rastros de la cura definitiva del alcoholismo

El Polvo Coza

En 1914, en el periódico La Patria, un anuncio afirmaba tener la solución definitiva para el alcoholismo (término que no se empleó en el anuncio). Era el Polvo Coza. ¿Qué ingredientes tendría dicho menjurge? En el blog Ius naufragii se presenta otra publicación del mismo producto, pero de 1909.


viernes, 10 de abril de 2015

Venga usted a mí

Venga usted a mí, 
Tómeme de la cintura
Apodérese de mi cuerpo
Destroce mi blusa
Arranque mi sostén 
Bese mi espalda
Apriete mis senos
Béselos, 
Hágalos suyos
Como toda suya soy yo
Venga a mí, caballero
Tóqueme el cuerpo
Muerda mi espalda
Entre en mí, con cadencia
Entre en mí, con delicadeza
Entre en mí, con fuerza, 
Con la más sutil rudeza
Apodérese de mis piernas 
Y haga con ellas lo que quiera
 Entre en mí, caballero
Y agresivamente, inunde todos mis miedos, 
Ahóguelos hasta que mueran
Ahóguelos hasta que sea yo, la que vaya a poseerlo. 
Desnúdeme el cuerpo
Desnúdeme el alma
Entre en mí, que en mis piernas ya no hay barreras
Entre en mí, sácieme este deseo que por usted tengo.
Venga a mí, entre y quédese aquí, tan cerquita, tan juntito a mí

Crónica de una ineptitud que mata. El caso de Rubí Escobedo

El 16 de diciembre de 2010, Marisela Escobedo fue asesinada en la Plaza Hidalgo, frente al Palacio de Gobierno de Chihuahua, mien...