Extraño caso el que voy a platicar. Iba un príncipe, de sangre azulada,
tipo con nobleza ordinaria y deseos predecibles, ¡qué más da! Caminaba y
caminaba sin parar, esperando a la dulce doncella topar. Encontrola por fin, en
un paraje, presa en una torre y vigilada por un enorme dragón: Fresca, cándida
y jovial, la doncella lo miró y una sonrisa estudiada de bella dama le regaló.
¡Qué emoción! Pensó el príncipe. ¡Cumple a la perfección!... Presto a salvarla
estaba cuando cínica carcajada a lo lejos oyó. Indignado se viró para ver quién
lo ofendió. ¡Tremendo escalofrío sintió! Era una bruja burlona, que poco
toleró la conmovedora escena y a
carcajadas, en el suelo, se retorció. El príncipe, enojado, empuñó su sable y
en posición de ataque avanzó. La bruja, que no era tonta, se levantó.
Predecible, el noble caballero el ataque emprendió. ¿Quién lo diría? Bastó con
una mirada de la bruja malvada, para que todo en él revolucionara. El príncipe
huyó desarmado y la bella doncella sola y presa quedó.
Ya en el castillo, la corte imperial se reunió. El príncipe tenía que
saber qué hechizo le había proferido la bruja malvada. Manual tras manual
volaban: "Diabólicas torturas", "Almanaque de maléficos hechizos
de toda la historia", "Alquimia para profesionales". ¡Ah! ¡Los
meses pasaban y nada! Ninguna respuesta. El príncipe enfermó y en cama cayó. De
la doncella ni rastro en su recuerdo quedó, pero la bruja cada noche apareció.
No era real, pero no la podía evitar. Sueño tras sueño de él se apoderó. Una
noche lluviosa, con aire alarmante, pero brisa refrescante, ella llegó. Se
sentó en su regazo y con ternura lo acarició. Después de un beso cálido, él
entendió: no se trataba de un embrujo macabro, sólo era amor.
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